
Por fin regreso a puerto, ya lo estaba deseando, el gigantesco buque que me transporta acaba de atracar. El viaje me ha fatigado un poco. Ahora me dispongo a pasar un día más tranquilo, trabajaré de normal en las oficinas del puerto, tal vez escriba algún artículo para la redacción del Pollo. De hecho ya lo estoy haciendo.
Me gusta la mar, en esto navego siempre de la ceca a la meca. A mi me gustan los pequeños veleros que el buen viento y yo mismo pueda gobernar, uno se siente cómodo siendo el protagonista de sus propias aventuras y con gusto tomo decisiones propias. Mi carácter individual no me permite de buen grado someterme a la disciplina que rige en los grandes barcos, las decisiones ajenas de personas con mando y el rancho común.
Cuando no queda más remedio y navego en ellos, acepto con resignación los principios que los gobiernan. ¡A la fuerza ahorcan¡. Se puede pensar que la vida en estos grandes trasatlánticos es más cómoda e interesante, indudablemente se puede viajar más lejos, pero has de saber que siempre has de sacrificar tu propia individualidad en favor del interés general.
Soy marinero y en la imaginación me contemplo a mi mismo como un solitario y viejo lobo de mar. La mayor parte de las veces pienso que me gustaría gobernar mi propio barco, ahora que no dispongo de aquel, sueño con un velero motorizado, aunque sea este más pequeño, navegue más lento y no sea capaz de llegar tan lejos. Mi problema en estos momentos es estar enrolado como un marinero más, de una nave gigantesca que no tengo claro hacia donde me dirige.
Camino ahora sintiendo mis pies sobre la tierra firme y visualizo mi propio barco como si estuviese varado en puerto, no dispongo de los medios necesarios para repararlo y deambulo como un corsario de un sitio a otro, pienso que tal vez sea la hora de buscar otro barco, mejor suerte, otro patrón, !no lo sé¡. Pienso que alguna decisión habré de tomar, en este instante mi mano reposa sobre la empuñadura de mi espada, la otra roza en el bolsillo las últimas monedas de oro, me dispongo a emborracharme en alguna de las tabernas del blogcindario. Alguna tripulación habré de hallar, Je, je. Saludos Corsarios.
Me gusta la mar, en esto navego siempre de la ceca a la meca. A mi me gustan los pequeños veleros que el buen viento y yo mismo pueda gobernar, uno se siente cómodo siendo el protagonista de sus propias aventuras y con gusto tomo decisiones propias. Mi carácter individual no me permite de buen grado someterme a la disciplina que rige en los grandes barcos, las decisiones ajenas de personas con mando y el rancho común.
Cuando no queda más remedio y navego en ellos, acepto con resignación los principios que los gobiernan. ¡A la fuerza ahorcan¡. Se puede pensar que la vida en estos grandes trasatlánticos es más cómoda e interesante, indudablemente se puede viajar más lejos, pero has de saber que siempre has de sacrificar tu propia individualidad en favor del interés general.
Soy marinero y en la imaginación me contemplo a mi mismo como un solitario y viejo lobo de mar. La mayor parte de las veces pienso que me gustaría gobernar mi propio barco, ahora que no dispongo de aquel, sueño con un velero motorizado, aunque sea este más pequeño, navegue más lento y no sea capaz de llegar tan lejos. Mi problema en estos momentos es estar enrolado como un marinero más, de una nave gigantesca que no tengo claro hacia donde me dirige.
Camino ahora sintiendo mis pies sobre la tierra firme y visualizo mi propio barco como si estuviese varado en puerto, no dispongo de los medios necesarios para repararlo y deambulo como un corsario de un sitio a otro, pienso que tal vez sea la hora de buscar otro barco, mejor suerte, otro patrón, !no lo sé¡. Pienso que alguna decisión habré de tomar, en este instante mi mano reposa sobre la empuñadura de mi espada, la otra roza en el bolsillo las últimas monedas de oro, me dispongo a emborracharme en alguna de las tabernas del blogcindario. Alguna tripulación habré de hallar, Je, je. Saludos Corsarios.